Escribo
esto por el café que aún tenemos pendiente.
Quisiera tenerte cerca para poder
volver a contar cada uno de tus lunares, y por cada uno regalarte un beso, un
tierno beso. Sé que te gusta el café con chocolate y mucha crema; a mí me gusta
con canela. Recuerdo la última vez que tomamos café, esa mañana los rayitos de
sol que se colaban por la ventana me despertaron. No pude evitar esa sensación
de ternura que me dio verte dormido. Tampoco pude evitar revolver un poco tu
cabello negro y desaliñado que tanto me encantaba ver. Amor mío, ese día fue el
mejor café de mi vida: lo pasamos acostados y en películas. No recuerdo bien
que día fue, pero debió ser un domingo, porque sé que amas ver películas los
domingos. Repetías una y otra vez como te encantaba mi sonrisa cuando me reía
de algunas escenas, y te hipnotizaba como te explicaba lo estúpidas que me
parecían ser. Me decías que debía aprender a ver las cosas desde muchas
perspectivas y amor, te juro, desde ese momento he aprendido a hacerlo porque tú
me enseñaste.
Así
como me enseñaste a hacer el más delicioso café.
Así
como me enseñaste a admirar la naturaleza.
Así
como me enseñaste a admirar los versos.
Así
como me enseñaste a quererme.
Así
como me enseñaste a quererte.
Así
como me enseñaste a odiarte a veces un poco. Pero no sé cómo lo hacías, porque
siempre terminaba queriéndote comer hasta el pelo. También me enseñaste que las
cosas llevan su tiempo. Y eso es raro, porque siempre tuve mucha paciencia para
todo. En serio que admiraba –y amor aun admiro- esa visión tuya de la vida.
Amas las estrellas, amas la lluvia, amas las miradas, amas enojarte, amas
escribir, amas cantar, amas bailar esas canciones raras de género indefinido
que tanto te gustan, amas las palabras sin sentido, amas el universo y por lo
tanto todo lo que tenga que ver con astrología y astronomía, amas quedarte en
pijama todo el día, amas la gente por la calle. Amas tantas cosas de la vida y
sabes cómo hacerlo tan correctamente que a veces ni lo entendía, y eso hacía
que te admirara más cada instante.
En
un momento supiste que era el espacio indicado para ir cediendo ante los días,
ya no amabas tanto como lo hacías antes y yo empezaba a notarlo. Ya casi no
tomabas café y eso sí que era raro. Algo en ti estaba cambiando y yo aprendía a
respetarlo. Me decías que estabas bien y que no tenía que ver en cómo te sentías,
me decías que te hacia feliz cada momento juntos pero que ya era hora de marcharse.
Sé
que eras –o puede que aún lo seas- un nómada sin remedio. No me eche a morir
porque te fuiste y sabes que nunca me gusto ser dependiente de nadie, ¡vaya que
lo sabias!. Una de la lección más valiosa que me dejaste fue esa que me repetías
siempre: Aprovecha todo a su momento, saca lo mejor de ello y nunca te apegues.
Nunca
supe porque lo hiciste de esa manera, tan repentinamente y a la vez un poco
cruel. Pero admito que aún conservo esa nota que dice “Tenemos un café
pendiente. Te quiero”. Sin embargo, amado mío, no espero ese café con tantas ansias
porque aún atesoro todo lo que me enseñaste y espero algún día agradecerte por
ello.
***
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