Siempre hurgo en mi
mente una y otra vez con la esperanza de que las palabras lleguen a mis dedos
para poder plasmarlas de la manera más correcta. Siempre pienso en que escribir
pero sorprendentemente me termino enojando conmigo misma. Ciertas razones adyacentes
a mi (o eso creo) que me dirigen a pensarte en cada cosa que hago, en cada cosa
que escribo, en cada cosa que leo. Eso me lleva a plantearme esa gran
interrogante que algún día espero poder exponerte en persona. Y de verdad que
espero que tengas buenos argumentos; al menos que tus argumentos sean tus
manos. En ese caso, daré por vencida la batalla. A lo lejos mi pregunta para ti
es: ¿No te cansas? -y no me vayas a mirar de esa manera como si me estuviera
volviendo loca- ¿no te cansas de hacer eso?, ¿de agotarme mentalmente?. Por si fuera poco,
es solo eso, agotarme mentalmente porque ni siquiera te das la molestia de
estar aquí. Siempre termino escribiéndote, como si de musa para su pintor
fueras. Como si de plata para orfebre fueras. Como si de luna para poeta fueras.
Como si de boca para la mía fueras. Como si tus piernas se encajaran
divinamente a mí en una posición perfecta para dormir juntos. …Creo que me
estoy desviando del tema. ¿Ves? Eso haces, eso sueles hacer, aparecer sin razón
alguna en todas partes. Con tu sonrisa deslumbrante, con tus teorías
asombrosas, haciéndome querer ser la persona más cursi del mundo y por si fuera
poco, que fueras el único que por ahora lo pudiera disfrutar.
Ven conmigo, deja de ser
ficticio. No llenes con palabras lo que solo los dos hemos desear. No es banal,
mucho menos carnal. Es deseo y necesidad de ti, de que dejes de ser tan
terriblemente desconocido en el mundo que plantea mis manos, en el universo que
tienen dispuestos para ti mis labios.
Ven aquí, que mi cama
espera el calor de tu cuerpo, espera aún que dejes tu forma en ella, y que por
supuesto, la desacomodemos juntos.
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