Hoy me levanté y tuve claro que
mi día no sería bueno. Empezando por el clima: había tiempo de lluvia.
Luego el café ¿se acabó el café?, pues si, se acabó el café, otra vez. También
se habían acabado las galletas. El calentador de la ducha se había dañado. Tuve
que “exprimir” el tubo de la pasta de dientes. El uniforme, que pase media hora
la noche anterior planchando, estaba arrugado. El perro, se había orinado en
la sala. El gato, me dejó un hermoso regalo en la entrada. Si, se ve que iba a
ser un bonito día.
Salgo y no tenía ni ganas de mirar a las personas. Tampoco quería que
ellos me miraran. Es de esos días en que vas por la vida lleno de pensamientos
absurdos, pero aun así tu mente te dice que hay mejores cosas en que pensar.
Sin embargo, me detuve en el semáforo y estaba en rojo (o en verde para los peatones), podía pasar, pero no sé
porqué no lo hice. Me quede allí, paralizado, viendo a través del parabrisas de un carro como una muchacha se maquillaba apurada; la línea del ojo le estaba
quedando torcida. En el carro de atrás una madre visiblemente angustiada
hablaba por teléfono mientras su hijo intentaba decirle algo y ésta obviamente
no le prestaba atención. Pude ver la cara de desesperación del niño de tal vez
unos cuatro años y como fruncía su pequeño ceño. En fin, el semáforo se puso en verde y extrañamente ahí fue cuando
decidí cruzar. Corrí al frente de los carros antes de que pudieran avanzar y oía
detrás de mí los insultos que, por supuesto, me merecía. No sé qué me pasaba.
Iba sin rumbo, casi estilo zombie y solo pensaba en que tenía que comprar el café y las galletas que me faltaban.
Llegue a la parada y mire el reloj: 7:30 bien, aun me quedaba una media hora
para entrar al trabajo. Mientras tanto veía como pasaba la gente: señoras
mayores muy arregladas intentando parecer jóvenes, jóvenes muy arregladas
intentando parecer mayores. “ironías de la vida” -pensé. Vi un muchacho
paseando a su perro. Es raro, casi nunca veo personas paseando a sus perros. Debería
empezar a pasear a Pepito más seguido, bueno, nunca lo hago. Luego me acorde del gato y de que no tenía comida, eso me trajo otro pensamiento a la mente: ¿Hay
gente que pasee a sus gatos?. El autobús me saco de mi burbuja devolviéndome a
la realidad a la que parecía estarle huyendo. Me subí, pague la tarifa y me senté al lado de una jovencita. Mi
primera impresión sobre ella fue que era bastante rara pero a pesar de ello muy
simpática: tenía el cabello negro y corto, pero de esos cabellos con un estilo
bastante singular y bonito, todo despeinado y con un lindo flequillo. Llevaba
delineador negro pero no exagerado, la boca ligeramente rosada y en la oreja tenía
como siete pendientes. No sé cómo me pude fijar tan rápido en todo eso antes de
sentarme, porque al hacerlo, no quise mirarla más para no llegar a incomodarla.
Traía auriculares (de esos tipo cascos) los cuales llevaba una música bastante alta, tanto que era
perfectamente audible para mí. Creo que eran los Beatles. No espera, creo que
eran los Rolling Stone. You
can’t always get what you want. Si, eran los Stone. A pesar de todo,
disfrute mucho la música; además de simpática tenía un buen gusto a mi parecer.
De vez en cuando cruzábamos miradas ya que yo miraba fijamente a la ventana. Y
había empezado a llover, para mi desgracia. En la parada de la 72 se bajó,
antes de hacerlo me sonrió ligeramente y me pidió permiso para bajarse, lo cual
hice devolviéndole el gesto. Recordándolo bien, era bastante linda.
Me baje en mi parada y camine las
cuatro cuadras que me faltaban para llegar al trabajo. Es una avenida comercial
por lo que me pareció raro que no pasara tanta gente como solían hacerlo.
Maldita lluvia-pensé, estaba intensificándose. Cuando llegué a mi lugar de
trabajo, ese al cual vengo de lunes a viernes, sorprendentemente estaba
cerrado, y me pregunte porqué. Y vi a mi alrededor y me pregunte porqué. Y volví
a mirar alrededor y volví a preguntarme porqué. ¿Por qué estaba cerrado?. Extrañamente
hice caso omiso, así que nada, me devolví por el camino que había transitado
anteriormente. Estaba con la cabeza baja mirando mis pies, mis zapatos
previamente limpiados por la mañana llenos de agua de charcos. Y me seguía
preguntando porqué, aunque realmente la respuesta no me importara, yo solo
seguía caminando. Y estaba feliz, pero también estaba triste. Caminaba sin
rumbo, pero a la vez con mis pensamientos. Y sabía que estaba siendo un pésimo día, pero
solo me preguntaba porqué.
Ahí me encontraba yo, en la parada y pensando en que de haber
sabido que no había trabajo me hubiese quedado en mi casa calentito con un rico
café o un chocolate caliente. "Cierto, no hay café" -pensé. Entre a la tienda de
al lado, compre café y comida para mi gato. Ahora Misu está feliz a mi lado
porque acaba de comer. Y Pepito está feliz porque al llegar lo saque a pasear. De regreso, esta
vez con el asiento de al lado vació, y pegado a la ventana viendo como salía el
sol. Caminando por la acera, ya bastante cerca de mi casa, pude observar un
lindo arcoíris. Guau, tenía tiempo que no veía uno. Y me quede ahí, mirándolo,
como si de un niño se tratara, luego mi vista se fue más allá y pude observar
una cabeza un poco familiar con cabellos negros desenfadados. Al acercarme más
la vi, la hermosa jovencita del autobús. Me miró y me dijo unas palabras que
hicieron mi día cambiar: “Es un hermoso arcoíris para un pésimo día, eh” y se
volteó, me dejo ahí atónito con la amplia sonrisa que me había otorgado
segundos antes y entro a la casa de enfrente. Pero yo me fije, y allí diagonal
estaba la mía. Demonios, esta chica es
mi vecina, ¿Dónde estaba yo metido?. Y me sentí mejor, pensando que después
de todo no iba a ser un día tan malo, haría algo diferente aunque me siguiera
atacando sin razón alguna esa interrogante: ¿por qué?. Y luego me mire a mí
mismo, mire mi bolsillo, saque mi celular, mire el calendario y ahí estaba mi
respuesta. Imbécil, hoy es domingo.