lunes, 26 de enero de 2015

Micro #1


Ana Gabriela se estaba probando su nuevo lipstick  con sabor. 

- ¡Que cosa! Me cuesta mucho que quede perfecto. 

Marcos la miraba atento mientras ella trataba de rellenar perfectamente la línea de sus labios carnosos. Para él, eso era arte.

-Mmm está bueno. En verdad si sabe a mora, eh? Le dijo ella sonriendo.

-¿Si? A ver que tal...

Ella le tendió el labial. Tarde, ya él venía con la lengua afuera.

- Ahh pero lo vas a probar as.... 

Ana Gabriela nunca se había molestado menos en que se le corriera el labial. O que se lo corrieran...

miércoles, 14 de enero de 2015

Renata II


Un día -uno de esos a las cuatro de la tarde- yo me daba unas caminatas por el patio bajo la excusa de ir a ver que estaban haciendo los demás. Me gustaba sentarme cerca a escuchar algunas de las clases  que le daban a Renata. Ese día, parecía totalmente indiferente, -más de lo normal, quiero decir- sentada mirando a ese vacío en el que siempre parecía encontrar comodidad, con sus pupilas dilatadas (ahora si perceptibles debido a la distancia) mientras, se le empezaban a acercar de a poco pequeñas mariposas, de repente tenía todas estas mariposas revoloteándole alrededor, ella no se movía, pocas veces apenas levantaba el brazo para tomar una mariposa entre su dedo índice. Se volvieron muchas mariposas, todas, diferentes y hermosas. Mariposas que parecían hipnotizada; hipnotizadas ante la belleza de Renata. La institutriz no se daba cuenta, yo no lograba comprender como podía no darse cuenta. De hecho, fue ahí cuando noté que todo alrededor parecía congelado. No se movía nada que no fuera Renata y las docenas y docenas de mariposas que ahora también me envolvían a mí. Y de un momento a otro, pareció quebrar ese raro ritual agitando las manos sobre su cabeza y el exterior empezó a tomar su curso natural. Las hojas de los arboles volvían a moverse; empezaba a sentir el viento otra vez. Renata se volteó hacia mí, y yo, descolocada ante todo aquello, y más que eso Renata me miraba con esos ojos, con aquella mirada negra azabache, con esa expresión que parecía tal vez de indignación, de que me hubiera entrometido en ese baile que las mariposas hicieron para ella. Me fui de allí, sin querer decirle a nadie, reservando ese momento para mí, y sabiendo que Renata Castela era más que belleza pálida y cabello azul.

Con el pasar de los años descubría cosas más inverosímiles acerca de Renata y que nadie parecía ver. Como por ejemplo, ese día que la vi jugar con hormigas y las hormiguitas de esas negras chiquitas hacían filas en sus brazos, pasaban por sus dedos y volvían. Como una especie de ocho en el que le recorría todo el antebrazo. O aquella vez, la vi hablando con las rosas, pero con rosas que no fueran rojas, me di cuenta que las rosas rojas las repudiaba. El otro día también, cuando las que se encargaban de limpiar el patio le estaban comentando a mamá como todos los conejitos que el Mister Ernesto le traía a Renata solían morirse por causas insospechadas; un día consiguió a uno tieso, totalmente tieso, y otro con los ojos volteados, y algunos que desaparecían misteriosamente y cuando le preguntaban a Renata que pasaba con los pobres conejitos ella solo decía que la despreciaban y que preferían morir antes de convivir con ella. En las mañanas, en la parte de atrás de la  cocina día a día iban apareciendo más gatos negros, y empezábamos a notar que en la ventana de Renata siempre se posaban las palomas.

El señor y la señora Castela  tenían altas expectativas sobre Renata. En la cena, siempre se jactaban de que su niña sería una erudita con una belleza inaudita, tal potencial de futura mujer debía casarse con algún príncipe que se empeñara en ella. Todos pensábamos lo mismo. Con el tiempo, la Renata inteligente y rozagante de la infancia se fue desviando más y más cada momento conforme a Renata que iba llegándole la pubertad. Cada día parecía desconectarse más del mundo. Una vez duró como dos días encerrada, sin que nadie pudiera penetrar de alguna manera en su cuarto, hasta que ya harto, mister Ernesto mandó a derribar la puerta y para su sorpresa encontrar a Renata abrazada a sus rodillas, toda llena de sangre y mirando por la ventana. Rápidamente, en un acto de pánico, la levantaron del suelo pero Renata parecía en otra dimensión, no quería decir ni una palabra. Llamaron con urgencia al médico y se dieron cuenta de que lo que Renata tenía es que se había convertido en señorita. Seguía sin hablar, hasta la metieron en una bañera con agua fría para que reaccionara. Nada. Luego de ese de ese episodio sus padres empezaron una crisis, le llevaban los mejores terapeutas del país pero todos decían que a lo mejor fue un shock emocional al no saber lo que le estaba sucediendo a su cuerpo y que pronto se le pasaría. Tampoco se le pasó pronto. Desde abajo en la cocina, se escuchaban claramente los gritos de desesperación de Teresa llorando y Reprochándole a Ernesto que sus genes estaban malditos, que Renata estaba poniéndose loca como la madre de él. Después de eso, silencio. Solo la sirvienta personal de Teresa entro corriendo a la cocina en busca de hielo y al otro día, teresa llevaba inusualmente lentes de sol. Yo, tenía la edad suficiente como para darme cuenta de la tensión que se iba incrementando en la casa. Mister Ernesto ya no comía en el comedor, a Renata se le llevaba la comida al cuarto y de allí ni salía. Teresa se la pasaba derrochando sus penas en fiestas de cóctel, cada vez más. La notable ausencia de su marido le hacían sacar excusas como que no se sentía bien ese día. Poco a poco, hasta la casona dejo de ser la que era, el personal se iba ante las enormes peleas entre los patrones. Muchas empezaban a juzgar, a tener miedo, decían que no podían vivir tranquilas sabiendo que de un día a otro el patrón o el mister o lo que sea les propinara un puñetazo en la cara porque el agua no estaba lo suficientemente caliente. Mi mamá decidió quedarse, después de todo no teníamos a donde ir y ella tampoco quería abandonar ese casa que acogió generaciones de mujeres en mi familia. Era un amor especial por la casa y cierta lástima por Renata lo que nos retenía ahí. Y de Renata, que puedo decir de Renata, ella seguía pidiendo pan para las palomas. Todas las mañanas nos despertábamos con las escobas y ahuyentábamos a los gatos.  En momentos, la cantidad de gatos negros era tal que a mi mama se le bajaba el azúcar y una vez tuvo que hacer una masacre masiva bien de madrugada mientras yo dormía. Ese día -y sin manera de saber nada ya que no bajaba nunca y mi mama era la única que la atendia- Renata le reprocho de que si volvía a matar otro animal iba a estar condenada con que un gato negro y, de paso tuerto, la persiguiera lo que le quedaba de vida. Mi mamá se espantó, rezo como cien padre nuestros y otras cien avemarías esa noche y juró nunca más matar ni una hormiga.Otro día, -y lamento que mis recuerdos vengan tan intercalados- ya solo quedábamos mi mama, la cocinera y yo para prestar servicio en la casa, nos habíamos habituado al ritmo de los quehaceres que después de todo, no se volvía tan ajetreado. Total que ese día iba yo caminando por el pasillo largo a llevarle un tecito a la Sra Teresa, una tenue luz salía desde el cuarto de Renata, la puerta entreabierta me incitaba a asomarme, sabía lo que me encontraría, sabía que no sería nada de este mundo y ese morbo era lo que me impulsaba más a acercarme. Lo pensé bien, no pude más y me acerque, tan sigilosamente pero con la gran certeza de que me escucharía, el olor del cuarto era como de naranja y sutilmente sonaban melodías de música que parecía ser clásica. Mas a la esquina estaba Renata de espaldas  mirando al rincón, y parloteaba cosas sin sentido, en un idioma que apenas entendí cuál era gracias a mis escasos estudios en el patio. Hablaba en un fluido latín, enojadamente… con el rincón. Me aturdió la escena, la había visto mal, pero nunca así. Decidí hacer como si nada hubiese pasado, retomando velozmente mi camino y antes de llegar a la esquina en dirección a las escaleras, justo en ese instante cuando me volteo para dar el último vistazo a la puerta, resulta que no estaba más entreabierta. No escuche ningún ruido, y cómo, era imposible que a Renata le hubiese dado tiempo de caminar o incluso correr desde la esquina de su cuarto para cerrar la puerta antes de que yo volteara. Supuse que el ente con el que estaba hablando la había cerrado. Desde ese momento decidí nunca más espiar en el cuarto de Renata, decidí nunca más molestar a su compañía.

lunes, 5 de enero de 2015

Renata I

Para escribir sobre Renata cualquiera comenzaría por pedirle permiso. Sé que Renata me entendería, y aquí estoy dispuesta a dejar constancia de lo que ella era. Para empezar, yo vivía en la casa de los Castela porque mi mama era parte del servicio. Era una casa enorme, debo decir; la mejor entre muchas manzanas de distancia y con una pulcritud intachable. La casa siempre se mantenía impecable y decorada con un muy buen gusto. He ahí mi infancia, donde solía imaginarme que la casa era mía. Me la pasaba jugando entre los rincones más aislados y se le perdía algo a la Sra de Castela (que solía pasar mucho) siempre se lo encontraba por debajo de las alfombras o algún otro mueble de proveniencia europea.

El señor Ernesto Castela , “hombre de grandes intereses, importante ente de la comunidad y gran aportador al desarrollo del país” -Yo solo lo recuerdo como Mister Ernesto, a él le gustaba que lo llamaran asi en vez de patrón- Un hombre de gran corazón, pero con semblante recio. Inspiraba respeto y poseía un carácter camaleónico. Iba desde amor total a ira impertinente de momento a otro, eso era indiscutible. Pocas veces había gritado a la servidumbre pero cada vez que alguna ama de llaves o cocinera lo veía, el cuerpo se les erguía y algunas hasta temblaban. A mi mamá nunca llego a gritarle. Creo que por nosotras dos siempre sintió algún afecto más que amo-servidor. A mí, cuando me veía, siempre me guiñaba un ojo y de vez en cuando me regalaba una moneda que iba a parar en la tienda por unos caramelos. Por su parte, su esposa, la Sra. Teresa de Castela, era de esas mujeres de sociedad. Le gustaba vestir caro y trataba a la gente según su estado de ánimo o por cómo le hubiese ido en el bingo matutino. Su única hija, Renata, fue la que me impulsó a escribir mi experiencia en esa casa.

Renata, nada más y nada menos nació con una palidez asombrosa (cuando los niños suelen nacer rosados) y con un cabello, cabello de un azul muy parecido al cielo de las seis  -así me decía mamá- con unos ojos negros azabache donde se debía adivinar donde posicionaban sus pupilas. Renata nació y enseguida se corrió la voz por todo el barrio de que Teresa de Castela había dado a luz a una niña impresionantemente hermosa. Hablaban de ella como si fuera una criatura mitológica. Las monjas hasta hicieron una misa en honor a la niña que había nacido en los aposentos de la casa Castela; niña de tal belleza que era una bendición divina y cuando tuviera edad suficiente debía incorporarse a un convento para servir a Nuestro señor. Por desgracia para la comunidad católica, Ernesto Castela era, tal vez, el hombre más escéptico y ateo que se encontraba a cien mil metros a la redonda.

En mis largos años en esa casa poco hablaba con Renata, mejor dicho, nunca hablé con Renata. Mamá me prohibía constantemente aproximarme a ella, intuía que a la patrona no le gustaría que anduviera cerca de su hija. Yo hacia caso omiso a sus advertencias, siempre espiaba a Renata cuando bajaba las escaleras. Su andar de mujer de veinte en cuerpo de seis me pasmaba aunado a su aire siempre distraido. Las dos éramos contemporáneas y ella nunca me invitaba a jugar. A decir verdad,  no creo que alguna vez notara mi presencia más de veinte segundos. Siempre con ese halo angelical.

En una ocasión yo me daba unas caminatas por el patio bajo la excusa de ir a ver que estaban haciendo los demás. Me gustaba sentarme cerca a escuchar con entusiasmo algunas de las clases  que le daban a Renata. Ese día parecía totalmente indiferente, -más de lo normal, quiero decir- sentada mirando a ese vacío en el que siempre parecía encontrar comodidad, con sus pupilas dilatadas (ahora si perceptibles debido a la distancia) mientras, se le empezaban a acercar de a poco pequeñas mariposas de varios colores. De momento a otro, la escena se transformó en algo digno de admirar y recordar...





Part I/II

sábado, 3 de enero de 2015

Random

Aquí estoy, los dias finales de cada año se me hace común ponerme a pensar en todo lo que obtuve, todo lo que aprendí, todo lo que crecí, todo lo que creí, todo lo que fracasé, todo lo que gané, todo lo que amé y todo lo que odié. Esta semana he tratado de enumerar en mi mente todas estas cosas, van y vienen pero hasta mi mente divaga mucho, divago mucho; lamento si esta entrada divaga mucho.

Puedo enumerar pero prefiero hacer todo aleatorio. Que esta entrada sea un arroz con mango, no importa. No soy una Benedetti para hacer que un arroz con mango sea excepcional, pero no importa.

A estas alturas puede ser que muchas cosas me conmuevan, como me conmueve cuando un abuelito cuenta una historia, así sea de cuando lo mandaban a bajar mangos para la cena, me conmueve. Me conmueve ese olor que tienen las familias ¿soy la unica que nota que cada familia tiene su olor? Tal vez esto se deba al amor de madre que le da a su casa, o al suavizante que usa en su ropa. Este año he descubierto como me conmueven tantas cosas, como se hacen mis debilidades detalles tan pequeños. También vi puntos fuertes, descubrir como seguir fortaleciéndolos.

Cada uno somos tan extensos que no creo que nos lleguemos a descubrir completamente a nosotros mismos. Dudo mucho que alguien se conozca por completo y tengo la real certeza de que todo el tiempo nos sorprendemos con algo nuevo. Con que hoy no me gusta el chocolate; con que el ruido de las aves no me parece relajante; con que ayer tenia mas paciencia que hoy; con que el color rojo me parece vulgar, con que el azul es mas pacifico. Tantos rollos, tantas manías nuevas que nacen cada día; tantos registros que comprendieron el ayer, comprenden el hoy y comprenderán el mañana. Cada año es la excusa perfecta de reinventarse y seguir. Borrón y cuenta nueva pero con expedientes de los que nunca podrás huir. Esta oportunidad aprende. Vive. Huye un momento si es necesario, pero regresa con buenas y factibles explicaciones. Perdona. Que te perdonen. Ríe y haz reír. Ve por el día y mira la luna, que si se ve, claro que si. Por la noche mira las estrellas. Por los atardeceres mira las nubes. Que te conmuevan cosas nuevas cada día, busca una palabra nueva en el diccionario. Haz tu wish list y si no lo cumples todo no te frustres: esperemos que aun te quede mucha vida para cumplirlo.Yo también espero lo mismo para mi, que las metas que me he planteado se cumplirán a corto o largo plazo, pero se cumplirán, porque no son deseos, son hechos.



Interestatal 45

Claro que sería uno de esos días para recorrer la carretera. Todo es mejor que el encierro en un apartamento de aspecto lúgubre y cansino. A Emilia, que se aburría en sobremanera en aquel espacio, la calle le parecía un escape bastante pintoresco y alternativo. Por supuesto que la camioneta tenía sus fallas, pero ella tomaba el riesgo de quedarse en cualquier paraje a pedir asistencia al camino. Especialmente los calurosos días de verano que, paradójicamente, se prestaban para semejantes paseos donde sin darse cuenta, recorría dos estados en perfecta línea recta teniendo que consultar el mapa más de una vez. Nunca caía en pánico. Toda la cuestión de perderse en la vida le resultaba absurdamente excitante. Tan absurdo como el color amarillo chillón del vehículo con el que decidía perderse, pero tal vez menos absurdo seria que su acompañante fuera una Golden Retriever, Elena. Los viajes empezaban atravesando el ataviado tráfico de la ciudad, mientras que en el vaivén de luces rojas, amarillas y verdes decidía qué camino tomar. Nunca el mismo, Jamás. La presencia emocionada de Elena a su lado era incesante. El revolotear de su cola y el movimiento de su cabeza delataba las dosis de adrenalina que sentía por su cuerpo. Sensaciones familiares que van y vienen cada vez que se montan en esa camioneta y se deciden a por una nueva aventura incrédula, excéntrica. Cualquiera diría que eso que hacían era demasiado peligroso, una mujer viajando sola en una camioneta por autopistas, carreteras, calles de tierra, caminos farragosos e interestatales. Sobre todo interestatales.

Mientras se detiene en un rojo eterno, y a propósito de interestatales, ve a través del parabrisas como una rechoncha mujer de aspecto campesino cruza el rayado al otro lado; una rechoncha mujer de aspecto campesino y con un sombrero de mimbre. Inmediatamente se acuerda de Muriel. No es tanto que se acuerde de Muriel, es el hecho de como la conoció y las circunstancias que acontecieron luego lo que hace que su  cuerpo se estremezca inmediatamente. Elena, que la miraba desde su asiento, parecía percibir algo, esa mirada que tienen los perros en la que por segundos se siente que te penetraran el alma. «Elena, es solo una coincidencia». Claro que ya muchas veces se cuestionaba el hecho de hablar con un perro, pero en los largos caminos la comunicación y la conexión entre ambas se daba sin más. Ella, que no se queja, pero si advierte.  Que se divierte. En un momento a otro, las ensordecedoras bocinas de pobres almas apuradas avisaban inminentes el cambio del semáforo. Volviendo en sí, Emilia no hace más que arrancar y fijarse una vez más en esa mujer. Los recuerdos le abarrotan la mente, inevitable. Se había dicho así misma que necesitaba olvidarse de eso. ¿Pero cómo? Entonces está de nuevo ahí. Carretera Rosario, 30 km para llegar a Retiro; 38 para la Interestatal-45. Otro de esos días donde el exiguo rumbo de vida de Emilia no le bastaba para sentirse satisfecha en casa. La necesidad que le nacía desde el esófago para recorrer la carretera. Ese impulso ya casi inconsciente de poner el pie en el acelerador. 28 km para llegar a Retiro. La carretera es algo angosta pero el clima bastante favorable; a los lados, no se ve más que pasto verde y grandes casonas de campo. Todo un paisaje. Debajo de un árbol de origen desconocido para Emilia, una mujer de aspecto grande hace inquietos movimientos con la mano, pidiendo que alguien se pare; que algún auto le dé la cola, el aventón. A uno sacándole el dedo. Quien sabe que le dirían. Un inocente vestido pedía a gritos ser sacado de semejante cuerpo tan grande, mientras que su sombrero de mimbre le aportaba todo un aire de alguien del campo. Por alguna razón, decide pararse. En sus ojos, se percibía cierta delicadeza a pesar de sus duras facciones, sin rastro de malicia; o eso esperaba Emilia. «Si señora, ¿hacia dónde se dirige? Eso está a unos veinte y algo kilómetros, voy de paso».«Llevo una cesta enorme». « Atrás, póngala atrás». «Que linda, que perrito tan bonito». «Perrita de hecho, es Elena». «Ah, hola Elena». Y rápidamente la señora inunda la cabina con sus historias campestres, con que su mamá tiene artritis y vive en Amparo pero la estación de bus más cercana queda en Retiro. ¿Y hacia donde te diriges? -la joven no le contestaba-. «La producción está muy buena, en el campo, sí. ¿No viste todo lo que llevo en la cesta? una bendición llevo en esa cesta, muchas verduras. ¿Hacia dónde vas?» -Emilia no le contestaba, se hacia la loca-. Su esposo se llama Héctor y es un desgraciado. Me llamo Muriel, dijo. Su pelo -visible debido a que el sombrero yacía ya en el guardafangos- era negro azabache veteado de un gris que anunciaba los primeros pasos de la tercera edad. También poseía una dentadura descuidada, totalmente apreciable en cuanto la exponía con sus sonoras carcajadas.



El viaje seguía, con Muriel lanzando toda clase de historia que dudosamente Emilia logró entender. A Elena por su parte, parecía agradarle de verdad la presencia de ésta mujer enorme que casi ocupaba su espacio aplastando su cola. Emilia regalaba sonrisas cálidas y poco a poco Muriel le iba preguntando sobre ella y ella se hallaba diciéndole todo. Por alguna razón. Qué mujer.  Pero quién sabe qué tanto es todo, Emilia ni sabe hacia dónde va, pero le gusta. Ah, como un nómada.; Muriel parecía cada vez más ser de esas tías que se las saben todas y te dan miles de remedios y ungüentos, hechos todos a base de lo mismo. Emilia asintió y prefirió no decir nada más. El aire que entraba por las ventanas ya bajadas era fresco y puro y las tres parecían agradecer eso en los agobiantes dias veraniegos, donde el calor no perdona, donde el calor asfixia.  Ni idea de cuantos árboles y minutos de silencio transcurrieron y sin darse cuenta llegaron a Retiro. «No me dijiste hacía donde te diriges», preguntó Muriel nuevamente. A Emilia empezaba a molestarle tanto ahínco. «Sinceramente no lo sé, sigo derecho y paso la interestatal 45 a ver que me encuentro». La  cara de Muriel cambió casi instintivamente al oír esas palabras, su semblante no anunciaba nada bueno y Emilia se preparaba para escuchar cualquier cosa. «Ten mucho cuidado en la 45, no creas todo lo que ves». Eso fue todo. Eso fue todo lo que le dijo. Hizo un gesto de despedida con la mano, empezó a caminar en dirección a la estación y no dijo nada más. Una intrigada Emilia se dijo a si misma que la gente de campo estaba llena de falacias y habladurías. De creencias tontas alusivas a fantasma y a quien sabe qué. ¿Pero cómo podía dar certeza a lo que Muriel se refería? Deseó insistirle, algo dentro de ella deseó insistirle  y haberle preguntado a que se refería. Deseó además haber sabido si iba a cometer un error al aventurarse hacia aquella interestatal. Entonces en ese momento pensó en no prestarle atención a sus instintos, autoconvenciendose con sus mejores argumentos de que nada malo podía pasar. Decidió seguir su camino no trazado y comportarse como toda una escéptica que era hasta ese momento. Luego de cruzar la interestatal quiso también que sus argumentos no hubiesen sido tan buenos. Hasta ese momento era escéptica. Ya no

martes, 17 de diciembre de 2013

El poder de leer

El poder de leer, según Benito Taibo


"El libro es capote de torero, paraguas para el sol y la lluvia, escudo contra las flechas de la estulticia, de la imbecilidad que inundan el cielo. El libro es almohada para tener los mejores sueños, cama de clavos para tener las más chidas pesadillas, el libro es pañuelo para lágrimas, bálsamo para las heridas, el libro es este ladrillo que construye ciudadanía, casas, muros, universos. Somos lo que hemos leído por el contrario seremos la ausencia que los libros dejaron en nuestras vidas. Leer es resistir. Leer es encontrarte a ti mismo y saber que sigues siendo humano".



Qué bonito es leer...

domingo, 1 de diciembre de 2013

Una excusa

Nos encontramos en crisis de escritor desde hace tiempo ya, con síntomas de falta de imaginación y un muy bajo índice de creatividad e inspiración

Esperemos que la situación no persista, haya una recuperación milagrosa y el próximo año se le eche mas pichón al blog.

Esto último está prometido.

Aun así hay entradas a medio armar o esperando ser creadas. Saldran a la luz en cualquier momento.

Eso también está prometido.







Se llama Sin excusas, pero soy una contradicción con dos patas.


sábado, 24 de agosto de 2013

Notas fugaces

No me subestimes, pero tampoco me presiones. Ten altas expectativas sobre mí, pero tampoco te decepciones. Tenme paciencia. Aceptame. Nunca trates de cambiarme, dime en que debo mejorar. No me critiques. No me retes para luego burlarte de mi, retame para descubrir cuan inteligente somos. Mejor quiéreme, quiéreme tal cual; a mi y a mis defectos, a mi y a mis virtudes. Sobretodo: no me rompas el corazón; así cuando te vayas, no te recuerde por menos de lo que fuiste conmigo, si no por todo lo que me diste.

lunes, 19 de agosto de 2013

Vacío

Hoy ella está en su cama y aún arropada por la mañana se queda en frente de su laptop, ni siquiera se toma la molestia de pararse a cepillarse los dientes, o a preparar el té de hierbas curativas que le recomendó doña Eucebia, la vieja de la esquina. “Si, mamita, tómate esto que es bueno pa’ todo: para las jaquecas, para el dolor de huesos, para la hipertensión, para controlar las plaquetas... y hasta para prevenir la gripe esa ¡y mira que esta dando!”. A pesar de todas esas descripciones milagrosas que le había dado la vieja, estaba empezando a deliberar que se hacía muy poco creíble que un tecito que sabia a menta pudiera hacer todo eso. No quiere salir, prefiere quedarse ahí, pensando en que escribir (o más bien como plasmar lo que pasa por su cabeza). Ella suele pensar muchas cosas. Ella suele soñar muchas cosas. Ella suele desilusionarse muy rápido. Piensa en desechar todas las ideas que tiene y levantarse a hacer tostadas, pero tampoco quiere perder la inspiración. Tal vez puede empezar con las palabras de una muchacha enamorada, pero hace mucho que no se siente así. Ni muchacha, ni enamorada. Se ve las manos y empieza a hacerse ideas de que  se ven mas arrugadas esa mañana. Se restriega la cara y aborrece esa idea; como aborrece a quien llega sin invitación. Tiene que pagar la cuenta de la luz, del agua y del cable. Mira a su lado tristemente y desea tener alguien a quien hacerle un buen desayuno, y no necesariamente de huevos y jugo. Desde hace mucho no se siente querida ni atendida por nadie.

Acostumbra caminar todas las tardes por el parque o la plaza comercial con la esperanza de que algún día el acompañante del resto de su vida llegue. Pero no es así, solo sintió que llegó una vez, y llegó para decepcionarla. Desde entonces piensa que el ‘amor de su vida’ vino con una sola copia, o bien vive en Rusia. Y ella no vive en Rusia. Piensa que tal vez debería viajar, recorrer nuevamente esas culturas latinoamericanas que tanto le encantan y ya conoce de memoria. Sabe que el dinero no es problema, y prueba de ello es su cuenta en el banco con una cantidad sorprendente de ceros, más la cantidad de cosas de diseñador que posee. Si, posee muchas cosas. Pero siente que no se posee ni a ella misma. Es una mujer negativa y pesimista, pero nadie la culpa “La vida la debe llevar así  como dicen las vecinas. “Usa lentes Prada, Gucci o Chanel pero esta más sola que feo en fiesta de guapos”, "Y tan linda que era de muchacha y mirala ahora", "Pero chica, ten piedad, si ese hombre la dejó por otra" son de esos comentarios displicentes que suelen susurrar las viejas de la esquina al verla pasar. Ella los escucha, y se ha planteado mas de una ocasión en hacerles caso omiso pero sin embargo derrama una que otra lágrima deprimente. De joven lo único que le apasionaba era escribir sus historias de amor. Sus novelas que aunque no eran grandemente reconocidas, siempre gustaban a una cantidad modesta de gente. Pero ahora piensa en ello, en el amor que siempre describía, y piensa que se le hacia fácil escribirlo, porque lo sentía. Pero ahora no lo tiene, no tiene ese amor que anhela y nadie siente por ella. Ya no siente ni amor propio.

Hoy no tiene ganas de escribir de amor, pero la cabeza se le abarrota de pensamientos deprimentes comparables a lo que tenía predispuesto al despertarse. Se siente rara esta mañana. Se siente más sola en el mundo, en el espacio exterior y en todas esas galaxias de la que se supone estamos compuestos. Pensándolo así, se siente diminuta, arrugada, vieja, achacosa o senil para darle un buen término. Anhela esa juventud que ha perdido hace tantos años atrás, esa simpatía que tanto la caracterizaba, sus mejillas rosadas, su aire artístico; los macarons que compartía con su acompañante en las tardes primaverales de París. Añora todo eso que ni con toda su gran cantidad de dinero, sus palabras, ni sus escritos llenos de historias puede saciar sus necesidades.


Entonces decide empezar a escribir sobre una mujer solitaria, pero eso la deprimiría; se estaría describiendo a sí misma...

***

viernes, 2 de agosto de 2013

just


I hate the way you talk to me,
and the way you cut your hair.
I hate the way you drive my car,
I hate it when you stare.
I hate your big dumb combat boots,
and the way you read my mind.
I hate you so much it makes me sick,
it even makes me rhyme.
I hate the way you're always right,
I hate it when you lie.
I hate it when you make me laugh,
even worse when you make me cry.
I hate it when you're not around,
and the fact that you didn't call.
But mostly I hate the way I don't hate you,
not even close...
not even a little bit...
not even at all.


♪♪♫♫♪♪♫

jueves, 1 de agosto de 2013

Plan #2

En próximas oportunidades los consejos me los daré yo misma. A veces, auto-aconsejarme sale mejor.

Plan #1

Decidí dejar de esperar. O por lo menos de pensar que estoy esperando, -aunque en realidad lo estoy- porque empieza a doler, doler de veras y eso no me gusta; este tormento ya no me gusta. 

Simplemente creo que es hora de empezar a desistir con las expectativas, porque siempre que las tengo me decepciono. No se puede tener todo lo que se quiere, pero al menos si no se anhela, al no tenerlo no duele tanto.

Decidí dejar de esperar, y hasta ahora es un buen plan, la parte difícil es efectuarlo...

jueves, 25 de julio de 2013

¿bailamos?

Nuestras almas al juntarse jugaban a mezclar las distintas pasiones del amor, la música y el arte descubriendo que tal vez, y solo tal vez, bailando se mantendrían juntas. Y bailaron tango, apasionadas;  y bailaron salsa, sensuales; y bailaron samba, divertidas. Hasta bailaron ballet, sin siquiera saber que es un foutté; y reían, extasiadas. Se mantuvieron bailando por un largo tiempo, uniéndose, desuniéndose, al compás de las perfectas melodías que hacían repetir una y otra vez. Y no tenían coreografía, pero estaban coordinadas armoniosamente. Y no tenían horarios, pero no se desencajaban, y la música seguía, nunca se detenía porque simplemente no querían separarse de esa mágica y sublime unión que ahora experimentaban.

 Hasta el ultimo aliento bailaron, pero se dieron cuenta que no tenían por qué separarse ya que todo eso era felicidad, y siguieron bailando...

***

lunes, 15 de julio de 2013

Galaxias de búsquedas perpetuas

Siempre hurgo en mi mente una y otra vez con la esperanza de que las palabras lleguen a mis dedos para poder plasmarlas de la manera más correcta. Siempre pienso en que escribir pero sorprendentemente me termino enojando conmigo misma. Ciertas razones adyacentes a mi (o eso creo) que me dirigen a pensarte en cada cosa que hago, en cada cosa que escribo, en cada cosa que leo. Eso me lleva a plantearme esa gran interrogante que algún día espero poder exponerte en persona. Y de verdad que espero que tengas buenos argumentos; al menos que tus argumentos sean tus manos. En ese caso, daré por vencida la batalla. A lo lejos mi pregunta para ti es: ¿No te cansas? -y no me vayas a mirar de esa manera como si me estuviera volviendo loca- ¿no te cansas de hacer eso?,  ¿de agotarme mentalmente?. Por si fuera poco, es solo eso, agotarme mentalmente porque ni siquiera te das la molestia de estar aquí. Siempre termino escribiéndote, como si de musa para su pintor fueras. Como si de plata para orfebre fueras. Como si de luna para poeta fueras. Como si de boca para la mía fueras. Como si tus piernas se encajaran divinamente a mí en una posición perfecta para dormir juntos. …Creo que me estoy desviando del tema. ¿Ves? Eso haces, eso sueles hacer, aparecer sin razón alguna en todas partes. Con tu sonrisa deslumbrante, con tus teorías asombrosas, haciéndome querer ser la persona más cursi del mundo y por si fuera poco, que fueras el único que por ahora lo pudiera disfrutar.

Ven conmigo, deja de ser ficticio. No llenes con palabras lo que solo los dos hemos desear. No es banal, mucho menos carnal. Es deseo y necesidad de ti, de que dejes de ser tan terriblemente desconocido en el mundo que plantea mis manos, en el universo que tienen dispuestos para ti mis labios.

Ven aquí, que mi cama espera el calor de tu cuerpo, espera aún que dejes tu forma en ella, y que por supuesto, la desacomodemos juntos.


***

Tenemos un café pendiente

Escribo esto por el café que aún tenemos pendiente. 

Quisiera tenerte cerca para poder volver a contar cada uno de tus lunares, y por cada uno regalarte un beso, un tierno beso. Sé que te gusta el café con chocolate y mucha crema; a mí me gusta con canela. Recuerdo la última vez que tomamos café, esa mañana los rayitos de sol que se colaban por la ventana me despertaron. No pude evitar esa sensación de ternura que me dio verte dormido. Tampoco pude evitar revolver un poco tu cabello negro y desaliñado que tanto me encantaba ver. Amor mío, ese día fue el mejor café de mi vida: lo pasamos acostados y en películas. No recuerdo bien que día fue, pero debió ser un domingo, porque sé que amas ver películas los domingos. Repetías una y otra vez como te encantaba mi sonrisa cuando me reía de algunas escenas, y te hipnotizaba como te explicaba lo estúpidas que me parecían ser. Me decías que debía aprender a ver las cosas desde muchas perspectivas y amor, te juro, desde ese momento he aprendido a hacerlo porque tú me enseñaste.

Así como me enseñaste a hacer el más delicioso café.
Así como me enseñaste a admirar la naturaleza.
Así como me enseñaste a admirar los  versos.
Así como me enseñaste a quererme.
Así como me enseñaste a quererte.

Así como me enseñaste a odiarte a veces un poco. Pero no sé cómo lo hacías, porque siempre terminaba queriéndote comer hasta el pelo. También me enseñaste que las cosas llevan su tiempo. Y eso es raro, porque siempre tuve mucha paciencia para todo. En serio que admiraba –y amor aun admiro- esa visión tuya de la vida. Amas las estrellas, amas la lluvia, amas las miradas, amas enojarte, amas escribir, amas cantar, amas bailar esas canciones raras de género indefinido que tanto te gustan, amas las palabras sin sentido, amas el universo y por lo tanto todo lo que tenga que ver con astrología y astronomía, amas quedarte en pijama todo el día, amas la gente por la calle. Amas tantas cosas de la vida y sabes cómo hacerlo tan correctamente que a veces ni lo entendía, y eso hacía que te admirara más cada instante.  

En un momento supiste que era el espacio indicado para ir cediendo ante los días, ya no amabas tanto como lo hacías antes y yo empezaba a notarlo. Ya casi no tomabas café y eso sí que era raro. Algo en ti estaba cambiando y yo aprendía a respetarlo. Me decías que estabas bien y que no tenía que ver en cómo te sentías, me decías que te hacia feliz cada momento juntos pero que ya era hora de marcharse.

Sé que eras –o puede que aún lo seas- un nómada sin remedio. No me eche a morir porque te fuiste y sabes que nunca me gusto ser dependiente de nadie, ¡vaya que lo sabias!. Una de la lección más valiosa que me dejaste fue esa que me repetías siempre: Aprovecha todo a su momento, saca lo mejor de ello y nunca te apegues.

Nunca supe porque lo hiciste de esa manera, tan repentinamente y a la vez un poco cruel. Pero admito que aún conservo esa nota que dice “Tenemos un café pendiente. Te quiero”. Sin embargo, amado mío, no espero ese café con tantas ansias porque aún atesoro todo lo que me enseñaste y espero algún día agradecerte por ello.


***

Detalles

Hoy me he levantado temprano y es debido a que  mi mente no quiere callarse. Escribo esto a tu lado, de mi lado de la cama, donde suelo quedarme observándote unos minutos cada mañana. Pero como he dicho antes, mi mente nada que se calla. 

Me desperté queriendo decirte todo. Queriendo abrazarte por más segundos. Queriendo besarte y hacerte sonreír por ratos mas largos. Queriendo prepararte el café como mas te gusta y que ese humo matutino nos envuelva. Un humo que poco a poco se hace familiar, uno al que me acostumbro porque ya me huele a ti. Te siento aquí a mi lado con esa calor tan delicioso que emanas y dejas impregnado en las sábanas. Ese pequeño calor que tanto te encanta compartir conmigo  y que tanto aprecio en los fríos días de lluvia.

Se que no me exteriorizo como la más romántica del mundo, pero hoy puedo decirte que amo.

Amo los días soleados junto a ti, porque se que te ponen de un lindo humor.

Amo los días lluviosos junto a ti, porque refunfuñas dulcemente, pero aún así resuelves el día en películas. Aunque lo ultimo que hagamos sea verlas.

Amo esos días en que decidimos dormir cada uno en nuestro apartamento, porque me llamas a las dos de la madrugada diciendo que te abra la puerta.

Amo esos días en los que me envías fotos probándote ropa y haciendo muecas raras.

Amo esos días que pasamos en la playa echándonos arena en los pantalones y luego nos sentamos en silencio a ver el atardecer.

Amo que ningún silencio contigo resulte incómodo.

Amo esos días en que estas nervioso por algo y te muerdes el labio inferior sin cesar.

Amo esos días de encuentros casuales, en los que te consigo leyendo con el ceño fruncido.

Amo que lo des todo sin esperar siempre lo mismo a cambio.

Amo esas veces donde dejas notitas escritas a mano en mis libros o en mi cartera, y que consigo una semana después pagando en una tienda. Me queda esa sonrisa tonta de enamorada.

Amo amarte, y amo que me ames.

Amo esos momentos -como en este preciso instante- cuando estas abriendo los ojos por la mañana y me dedicas una hermosa sonrisa de 'Buenos días'. Y de esa manera, solo de esa manera, yo estoy lista para otro día que amo...

***



Es un hermoso arcoíris para un pésimo día

Hoy me levanté y tuve claro que mi día no sería bueno. Empezando por el clima: había tiempo de lluvia. Luego el café ¿se acabó el café?, pues si, se acabó el café, otra vez. También se habían acabado las galletas. El calentador de la ducha se había dañado. Tuve que “exprimir” el tubo de la pasta de dientes. El uniforme, que pase media hora la noche anterior planchando, estaba arrugado. El perro, se había orinado en la sala. El gato, me dejó un hermoso regalo en la entrada. Si, se ve que iba a ser un bonito día.

Salgo y no tenía ni ganas de mirar a las personas. Tampoco quería que ellos me miraran. Es de esos días en que vas por la vida lleno de pensamientos absurdos, pero aun así tu mente te dice que hay mejores cosas en que pensar. Sin embargo, me detuve en el semáforo y estaba en rojo (o en verde para los peatones), podía pasar, pero no sé porqué no lo hice. Me quede allí, paralizado, viendo a través del parabrisas de un carro como una muchacha se maquillaba apurada; la línea del ojo le estaba quedando torcida. En el carro de atrás una madre visiblemente angustiada hablaba por teléfono mientras su hijo intentaba decirle algo y ésta obviamente no le prestaba atención. Pude ver la cara de desesperación del niño de tal vez unos cuatro años y como fruncía su pequeño ceño. En fin, el semáforo se puso en verde y extrañamente ahí fue cuando decidí cruzar. Corrí al frente de los carros antes de que pudieran avanzar y oía detrás de mí los insultos que, por supuesto, me merecía. No sé qué me pasaba.

Iba sin rumbo, casi estilo zombie y solo pensaba en que tenía que comprar el café y las galletas que me faltaban. Llegue a la parada y mire el reloj: 7:30 bien, aun me quedaba una media hora para entrar al trabajo. Mientras tanto veía como pasaba la gente: señoras mayores muy arregladas intentando parecer jóvenes, jóvenes muy arregladas intentando parecer mayores. “ironías de la vida” -pensé. Vi un muchacho paseando a su perro. Es raro, casi nunca veo personas paseando a sus perros. Debería empezar a pasear a Pepito más seguido, bueno, nunca lo hago. Luego me acorde del gato y de que no tenía comida, eso me trajo otro pensamiento a la mente: ¿Hay gente que pasee a sus gatos?. El autobús me saco de mi burbuja devolviéndome a la realidad a la que parecía estarle huyendo. Me subí, pague la tarifa y me senté al lado de una jovencita. Mi primera impresión sobre ella fue que era bastante rara pero a pesar de ello muy simpática: tenía el cabello negro y corto, pero de esos cabellos con un estilo bastante singular y bonito, todo despeinado y con un lindo flequillo. Llevaba delineador negro pero no exagerado, la boca ligeramente rosada y en la oreja tenía como siete pendientes. No sé cómo me pude fijar tan rápido en todo eso antes de sentarme, porque al hacerlo, no quise mirarla más para no llegar a incomodarla. Traía auriculares (de esos tipo cascos) los cuales llevaba una música bastante alta, tanto que era perfectamente audible para mí. Creo que eran los Beatles. No espera, creo que eran los Rolling Stone. You can’t always get what you want. Si, eran los Stone. A pesar de todo, disfrute mucho la música; además de simpática tenía un buen gusto a mi parecer. De vez en cuando cruzábamos miradas ya que yo miraba fijamente a la ventana. Y había empezado a llover, para mi desgracia. En la parada de la 72 se bajó, antes de hacerlo me sonrió ligeramente y me pidió permiso para bajarse, lo cual hice devolviéndole el gesto. Recordándolo bien, era bastante linda.

Me baje en mi parada y camine las cuatro cuadras que me faltaban para llegar al trabajo. Es una avenida comercial por lo que me pareció raro que no pasara tanta gente como solían hacerlo. Maldita lluvia-pensé, estaba intensificándose. Cuando llegué a mi lugar de trabajo, ese al cual vengo de lunes a viernes, sorprendentemente estaba cerrado, y me pregunte porqué. Y vi a mi alrededor y me pregunte porqué. Y volví a mirar alrededor y volví a preguntarme porqué. ¿Por qué estaba cerrado?. Extrañamente hice caso omiso, así que nada, me devolví por el camino que había transitado anteriormente. Estaba con la cabeza baja mirando mis pies, mis zapatos previamente limpiados por la mañana llenos de agua de charcos. Y me seguía preguntando porqué, aunque realmente la respuesta no me importara, yo solo seguía caminando. Y estaba feliz, pero también estaba triste. Caminaba sin rumbo, pero a la vez con mis pensamientos. Y sabía que estaba siendo un pésimo día, pero solo me preguntaba porqué. 

Ahí me encontraba yo, en la parada y pensando en que de haber sabido que no había trabajo me hubiese quedado en mi casa calentito con un rico café o un chocolate caliente. "Cierto, no hay café" -pensé. Entre a la tienda de al lado, compre café y comida para mi gato. Ahora Misu está feliz a mi lado porque acaba de comer. Y Pepito está feliz porque al llegar lo saque a pasear. De regreso, esta vez con el asiento de al lado vació, y pegado a la ventana viendo como salía el sol. Caminando por la acera, ya bastante cerca de mi casa, pude observar un lindo arcoíris. Guau, tenía tiempo que no veía uno. Y me quede ahí, mirándolo, como si de un niño se tratara, luego mi vista se fue más allá y pude observar una cabeza un poco familiar con cabellos negros desenfadados. Al acercarme más la vi, la hermosa jovencita del autobús. Me miró y me dijo unas palabras que hicieron mi día cambiar: “Es un hermoso arcoíris para un pésimo día, eh” y se volteó, me dejo ahí atónito con la amplia sonrisa que me había otorgado segundos antes y entro a la casa de enfrente. Pero yo me fije, y allí diagonal estaba la mía. Demonios, esta chica es  mi vecina, ¿Dónde estaba yo metido?. Y me sentí mejor, pensando que después de todo no iba a ser un día tan malo, haría algo diferente aunque me siguiera atacando sin razón alguna esa interrogante: ¿por qué?. Y luego me mire a mí mismo, mire mi bolsillo, saque mi celular, mire el calendario y ahí estaba mi respuesta. Imbécil, hoy es domingo.

domingo, 14 de julio de 2013

"Ser complicado/a no es de agrado para todo el mundo"

"Ser complicado/a no es de agrado para todo el mundo". Me parece que el problema de quienes dicen esa frase, está en que son lo suficiente flojos intelectualmente como para afrontarse a personas complicadas. 


¿Qué pasa?, que a mi me gusta ser complicada, porque no pretendo serlo. No pretendo ser ni de agrado, ni complicada para todo el mundo. Porque soy. Y si digo, es porque así soy. Y si siento, es porque así soy. 

Como hay veces en que me disgusto conmigo misma (bueno, muy seguido), es así como también sé y aprendo a admirar a los demás. A las personas sentimentales, por ejemplo. A los amargados, a los que dicen lo que piensan en voz alta, a los que aman sin mirar sexos, a los que sienten y quieren sin miedo, a los que no se avergüenzan de sí mismos; a los que siempre sonríen, o  los que siempre lloran. A los trabajadores, o a los soñadores; a los que leen, o a los que no; a los que llaman a la persona que quieren en la madrugada solo para hacérselo saber, o tal vez esos que prefieren té a café.

No importa cómo, cada uno es a su manera, y todos tenemos el derecho de halagarnos a nosotros mismos y a los demás; de respetarnos a nosotros mismos, y de tolerar a los demás. Porque nadie existe para ser del agrado de otro. 


Sí, se que esas palabras que nos otorgamos de vez en cuando pueden llegar a sonar egoístas. Pero es que, hay que pensar: si no me auto-convenzo sobre las cosas ¿quién se tomaría la molestia de hacerlo por mí?.

miércoles, 10 de julio de 2013